Nació destinado a lustrar zapatos, vender maníes o robar a los distraídos. De niño, lo llamaban Ninguém, nadie, ninguno. Hijo de madre viuda, jugaba al fútbol con sus muchos hermanos en los arenales de los suburbios, desde el amanecer hasta la noche.
En el Mundial del 66, sus zancadas dejaron un tendal de adversarios por el suelo y sus goles, desde ángulos imposibles, desataron ovaciones de nunca acabar.
Fue un africano de Mozambique el mejor jugador de toda la historia de Portugal. Eusebio: altas piernas, brazos caídos, mirada triste
Eduardo Galeano
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